Cada día recogemos más y más información, opiniones y
referencias diversas de nuestro entorno y otros ajenos con muchos denominadores
comunes y que por tanto, compartimos y sumamos a nuestro constructo. Gracias también
a nuestros contactos en red y las propias redes sociales, estamos más
actualizados en conocimiento corriente y específico, generando por ello, más
caudal de opiniones y más espíritu crítico. Compartimos, generamos foros de
discusión aportando y dando valor y adherimos
nuestra conciencia profesional a la evolutiva y dinámica sociedad.
Según esto y según el alcance tan próximo de fórmulas y
medios para formarse, intercambiar y experimentar hoy en día, y desde un punto
de vista profesional, permanecer en la ignorancia o en la desidia parece más un
ejercicio voluntario que un impedimento insalvable y por tanto reprochable
cuando la actitud se sobrepone en contra del crecimiento y proyección. No solo
el propio sino el de las personas que pudieran estar colaborando bien en tu
área de trabajo o en dependencia absoluta directamente de ti.
Por tanto, estar actualizado, formado y con actitud a
propósito de un fin encomendado, parece necesario, ineludible y muy poco excusable.
Si tenemos en cuenta el entorno tan competitivo y cambiante podremos observar
que existe cierta diacronía entre lo que pensamos, opinamos, nos formamos… y lo
que vivimos realmente en nuestras organizaciones, observamos también que nos
posiciona en desventaja contra un ritmo más acelerado respecto a otros
sectores. Aún más, contra el cronológico.
En lo que a organizaciones sanitarias se refiere, parece que
el foro de opinión profesional centra el foco en los hospitales como núcleo de
problemas y coyunturas en el establecimiento de prioridades necesarias para el desarrollo
profesional, al menos del colectivo más mayoritario y que más peso asistencial
soporta.
Aún a pesar de los distintos aspectos en los que podríamos profundizar,
intrínsecos a la profesión, internos de organización y externos de planificación
y presupuestación entre otros, y también más específicos, resulta redundante, y
hasta asumido por consentimiento generalizado, el comportamiento de algunos y
ciertos gestores de esta, nuestra profesión enfermera. De una manera u otra y
por distintos medios se aglutinan las distintas y numerosas opiniones al
respecto destacando la escasa involucración de direcciones de enfermería, salvo
contadas excepciones y con escaso poder extramural, para sumar valor al
posicionamiento interno de identidad profesional.
Un valor mermado por escasa y pobre actuación de
responsables, al hilo de un liderazgo frágil, el de dichas direcciones. Se echa
en falta un protagonismo auténtico, capaz y no exento de fuerza necesaria, para
las contradicciones de un sistema que en sí mismo no facilita a dichos
profesionales la cohesión interna. Muchas
veces la dirección es más bien confundida como un sistema de control delegado
que reprime la expansión necesaria para lograr los desdibujados objetivos o
insostenibles argumentos por carentes planes.
Necesitamos direcciones implicadas, atrevidas con identidad
profesional colectiva, como elemento globalizador de peso que equilibre las
necesidades de los profesionales en el desarrollo autónomo y profesional y por
supuesto, la actuación consecuente de lo que de ellos se espera. Unas
direcciones que regeneren la “marca profesional”, con capacidad de decisión en
el marco de las decisiones conjuntas asistenciales y con participación en
procesos, con cuenta de propuestas y de marco, también de presupuesto, con
planificación y evaluación para la mejora. Esta regeneración es posible no solo
por resultados extrapolables, difundibles y necesarios para el reclamo social,
la adherencia colectiva y la coherencia disciplinar, sino que previamente hay
que trabajar en la mejora de equipos y a través de los mandos intermedios.
Ellos son canalizadores y transmisores con responsabilidades
operativas y estratégicas. Han de estar formados en las competencias necesarias
para su desarrollo profesional y el que desempeñan. Habilidades personales,
profesionales y sociales. Parece de alta exigencia pero nada más desolador para
nuestro colectivo, ya de partida en clara desventaja respecto a otros, que un
staff de profesionales desencantados, carentes de motivación personal o profesional
que justifican su permanencia, por el confort y miedo a la pérdida del mismo y
del tan necesitado por muchos, el estatus social que le confiere dentro de la
organización y también fuera. Otros permanecen ante el claro convencimiento de
que algún día aquello que no les gusta cambiará, y aguantan sujetos y firmes, bien
intentando sostener algún criterio, bien trasladando sin discriminación, ni filtro, su “disconfort”
a profesionales. El desasosiego puede ser la menor de las consecuencias, pero
internamente todos y cada uno de los profesionales procesa la indiferencia, la
falta de orientación e incluso la omisión consciente, como efecto devastador en
el seno de los equipos.
El interés inequívocamente ha de ser profesional, de todos y
para todos, la formación es necesaria y ha de ser calculada para tal fin. Así
como la responsabilidad en asumir la gestión como un encuentro en el que servir
en distintas direcciones, ha de ser profesada con dedicación y ello ha de
superar al individualismo e intento de crecederas personales y profesionales.
Por ello la responsabilidad de los gestores enfermeros ha de pasar por una
reflexión seria sobre el imponderable cometido y lo que de ellos se espera,
pero lo que no hemos de permitir como profesionales, observadores, afectados, o
partícipes son “suicidios profesionales” en formas diferentes y con
consecuencias nefastas no solo personales si no para mayor detrimento de una
profesión valiosa que lucha todos los días contra la ignominia de propios y
ajenos.