Hace tiempo que venimos hablando (trato de evitarlo) de liderazgo. Charlas, conferencias, post, entradas, tuits, working, sesiones, networkings, talleres y apoteosis… y de qué sirve sino para malgastar la palabra de tanto usarla, y perder el sentido de la misma. He de reconocer que ha sido mucho el ejercicio que he hecho alrededor de las teorías de liderazgo y de su práctica en entornos diferentes, y sigo escuchando y atendiendo como si de algo sagrado se tratase, algo más auténtico y genuino que un acierto casual y oportuno en una situación concreta.
Discutir sobre si se nace o se hace, si se procura o se facilita, se ocupa o se encuentra, si la tipología se adecúa o no a la incertidumbre de las organizaciones, a la disonancia cognitiva de políticos y al arribismo de inexpertos profesionales es prácticamente cuestión baladí, ya se ve, no hace falta análisis, ni auditorías.
Hablemos de un liderazgo auténtico, un liderazgo sentido, sin más matizaciones que la confianza en ti, en ti mismo y en los demás, en los demás y en el fin para alcanzar la meta. En la conexión disciplinar a través de los valores, con sensibilidad y disposición, sin arrugas ni quiebros, con positivismo y empuje. Con valor y esmero en la proyección y desarrollo de tu comunidad o grupo, con inteligencia y perspectivas de futuro para el crecimiento, con humildad y pasión al mismo tiempo. Sabiendo disfrutar de los logros y remontar de los fracasos con optimismo y mejora. Con base y fundamento moral para las disquisiciones, en momentos en los que perder el interés propio ha de ser un acto inconsciente y natural en pro de la superación y resolución de conflictos. Transparencia y respeto por lo que se representa y hacia lo que se conduce. Una meta, un fin, compromiso fiel a la meta.
Ahora bien, y sin ánimo de romper este momento éxtasis sobre liderazgo, me pregunto y me planteo una cuestión ya presentada y discutida entre mis compañeros de correrías en gestión y por ello, lo planteo desde la responsabilidad profesional, un aspecto esto mismo, que ya he tratado y trataré sin duda, de nuevo en esta sección Znursing.
La cuestión es que desde el análisis retrospectivo y actual, planteo si los profesionales sanitarios estamos siendo responsables en la asunción de puestos de responsabilidad gestora de alto nivel.
Está claro que el margen de respuesta es corto y contundente, si o no, y que las discusiones al respecto pueden llevarnos a conclusiones ya extraídas por expertos en el tema, por cierto muy de actualidad en el panorama actual, la profesionalización de directivos de la salud o lo que es lo mismo profesionalizar la gestión. Por si alguien, cayendo de nuevo en esa extraña actitud y condición de pecado capital, “mi querida España”, pudiera pensar que esta reflexión es algo oportunista, quiero aportar a #culturaenfermera y #tuyasabes, que este asunto poco debatido por enfermeras en los grandes foros con la contundencia que procede, si lo es para otros profesionales sanitarios, a los que cada vez nos sumamos más. Nos adherimos en un ejercicio reflexivo de responsabilidad profesional en la consciencia de servir, diseñar, planificar y dirigir con eficiencia.
La American Managament Association (AMA) establece que el buen directivo es aquel que logra resultados a través de sus colaboradores en condiciones de eficiencia, y que además se siente satisfecho y realizado, conjuntamente con ellos; es aquel, que posee los conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes pertinentes.
Pero cada vez, la exigencia y competitividad del entorno, así como la necesidad de evaluarse y compararse para mejorar, en la búsqueda de resultados en salud, aceptando riesgos, seleccionando oportunidades, y favoreciendo la innovación, exige líderes para el futuro, líderes auténticos que sumen valor, que sean capaces de conmover y arrastrar voluntades en un único movimiento de conducta o comportamiento, adhesión y pertenencia al grupo, a la organización y a la visión.
Es por ello que afrontar el liderazgo directivo de una organización requiere formación específica en gestión sanitaria, un plan de desarrollo profesional avalado por organismos competentes que valore y evalúe los conocimientos, las competencias, las habilidades sociales, actitudes y aptitudes de comunicación entre otras. Todo ello contribuiría además a mejorar el reconocimiento profesional y la imagen social interna y externa de gestores y directivos.
Sin embargo, en términos generales no está siendo así. Los condicionamientos y avatares políticos, las decisiones de inmerecidas responsabilidades sobre profesionales no gestores, que actúan como cargos políticos en lugar de como profesionales de la gestión, condicionan el futuro de las organizaciones. Son profesionales que saltaron directamente de la guardia al despacho, de la clínica a la gestión, del turno al diurno y de la no participación a la cultura del yo, porque lo digo yo. De la inmoralidad y el desatino al pronunciamiento explícito sobre valores, de la protesta rutinaria como modo de estar y ser, al papel en mano y caída palpebral…, de la dominación y la histeria a la generación del miedo y la amenaza, de la presunción, al castigo, de la incapacidad de tratar personas al hundimiento y la involución. Y así en un infinito camino que marca un rumbo hacia abismos inexplorados, donde la ganancia poco a poco va perdiendo valor de mercado, los profesionales se paralizan, se desencantan, y donde los proyectos en papel rayado ya no volverán a escribirse en folios planchados…
Asumir un liderazgo auténtico requiere un acto de introspección serena y conciencia firme de entendernos a nosotros mismos, asumiendo la responsabilidad de desarrollar todo nuestro potencial, en un recio compromiso leal y ético.
El liderazgo auténtico, un desafío para el individuo, un reto para con la organización.